miércoles, 22 de septiembre de 2010

Jeremías, el valiente.

Esa noche, Jeremías caminaba por su habitación tal y como cualquier otro día. Caminaba de un lado a otro, por la diminuta habitación que compartía con su hermana menor. Sufría de insomnio. Hacía años que dormía mal cada noche; o bien no dormía en absoluto. Caminaba de un lado a otro, como cualquier noche. Pero esa noche algo era diferente.
Aún no sabía muchas cosas. Las fracciones no habían llegado a su vida, no podía distinguir el sujeto del predicado, y la composición de la célula no le interesaba demasiado. Aún no sabía lo mucho que su padre lo amaba, a pesar de su adicción. No sabía que su psicóloga se sentía tan impotente que había optado por dejar de intentarlo. Aún no sabía que algún día una Melanie le robaría el corazón, tan sólo para curarle las heridas.
Todo lo que sabía era que debía huir. Algo en su interior lo pedía a gritos. "Huye! Solo así seras libre!". Y sabía que era verdad. Ese hogar, con sus espacios pequeños, y una madre absorvente, iba a terminar por enfermarlo. Sabía que su madre también lo amaba. Pero de una forma demasiado particular.
La única decisión que le costaba tomar, era la de abandonar a su hermanita, allí donde también ella enfermaría. Pero no podía llevarla con él, no. Con sus 5 añitos, no sobreviviría. Volvería por ella. Algunos años después volvería por ella.
Esa es la cosa con los niños, a veces parecieran no saber nada, pero en realidad, la mayoría de las veces, ya comprendieron las cosas escenciales. Algo de un instinto de supervivencia, una pulsión de vida, que los guía. A diferencia de los adultos, los niños siempre saben lo que está bien y lo que está mal. Incluso más allá de lo moral. Saben lo que necesitan, y lo que no.
Jeremías lo sabía. No sabía como, pero lo sabía. Y necesitaba ser.
Esa casa, ese encierro, la incomprensión de sus maestros, la impotencia de sus médicos, la ausencia de su padre, la absoluta presencia de su madre; todo eso lo mataría. No su cuerpo, su ser. Mataría hasta lo más puro de su alma.
Y si que era puro! Puro amor, pura valentía. Renegaba perderse de si mismo. Renegaba las imposiciones. Nadie le diría quien debía ser.
Tomo su mochila, quitó los cuadernos, y puso algunas mudas de ropa. Arranco una hoja de su cuaderno, y dibujo de forma rápida, y desprolija, una niña y un niño, frente a una casa y un sol bien grande. Su hermana comprendería. Volvería por ella, si.
Ella dormía con la luz encendida cada noche. Ahuyentaba los fantasmas que podrían asustarla. Jeremías esperó a ver la luz apagada en la habitación de sus padres, donde ya no dormían juntos. Tomó su mochila, beso a su hermana en la mejilla, y salió por la ventana.
El barrio en que vivían no era agradable, ni mucho menos seguro. Su habitación daba al pasillo de un fonavi, por lo que tenía fácil la salida. Tenía miedo, mucho miedo. Pero había entendido que ser valiente no significaba no tener miedo, sino saber afrontarlo.
Bajo dos pisos de escalera, con el corazón en la boca, y llegando a la reja de entrada al edificio, se encontró con una sombra larga. La sombra de una silueta conocida. Su padre recién llegaba a su casa, tras un largo día de trabajo, bares de mala muerte y alcohol.
Los dos permanecieron en silencio unos segundos. Tan sólo mirándose en la fría noche. Ambos tenían los ojos de un café profundo, y no podían quitar de sus ojos la sorpresa del encuentro.
Su padre lo tomó en brazos, lo abrazó con fuerza, al tiempo que algunas lágrimas silenciosas bajaban por su rostro.
Sabía que era lo correcto, sabía que no podía cuidarlo como él merecía. Pero realmente lo amaba. Tanto lo amaba, que no iba a dejarlo deambular solo por la noche.
"Vamos, que te llevo mi vida..."- Jeremías asintió. Realmente le daba miedo andar sólo por la calle, y sabía que su padre entendía.
Caminaron de la mano siete cuadras, hasta llegar a la parada de colectivo. Se sentaron a esperar. Mientras su padre le ofrecía un chocolate. -Comiste algo? - No tenía hambre pa. -Y tenés plata? No tengo mucho, pero algo te puedo dar gordo.- Saque de mis ahorros, y a donde voy si tienen (respondió con su voz infantil, pero segura) -
Subieron al colectivo, vacío. Se sentaron en los últimos asientos, mientras Jeremías sólo podía pensar en cuanto iba a extrañar a su padre.
A pesar de su adicción, siempre había sido su salvavidas. Sólo él lo comprendía en su casa, sólo él estaba cuando estaba. Había sido un padre cariñoso, e incluso lo había cuidado cuanto podía. Se lamentó que no hubiera estado más tiempo en la casa. Se lamentó que no le haya podido enseñar a andar en bicicleta, o atarse los cordones.
Demasiado ya había aprendido sólo. Y casi sin aparentarlo. Sus maestros desconocían su precocidad, su inteligencia. Jere hizo lo que pudo, durante el tiempo que pudo.
Pero era hora de cambiar, de buscar lo que realmente necesitaba.
Su padre lo tomó de la mano, aún con su aliento a alcohol y su mirada dulce, resignada. -Escuchame gordo, escuchame bien. Tal vez esto que estoy haciendo no lo comprendas hoy, tal vez pasen muchos años hasta que puedas entender todo esto. Pero prometeme que recordarás mis palabras, si? - Si pa. - Esto es un acto de amor. Te amo como a nada en el mundo, y sé que no fui el mejor padre, pero hoy todo lo que quiero es salvarte. Dejarte ir es lo más difícil que haré en la vida, y es sólo y tan sólo por amor. En otros tiempos, debería haber luchado más por . Pero no se puede volver el tiempo atrás. Si sabré que no se puede! Pero esta es mi forma de luchar por ti. Y si algún día puedes llegar a perdonarme, búscame, si? Siempre estaré esperando a que vuelvas a mi. - Si papá. Yo también te amo, sabes?- respondió Jere con los ojos humedecidos.- Por favor, decile a a Juli que me perdone, que la quiero mucho.-
Jeremías beso a su padre en la mejilla, lo abrazo fuerte, y tocó el timbre de parada, aún empapado en lágrimas.
Su padre bajó tras él, no podía irse aún, no sin antes saber que había llegado a destino a salvo.
Caminaron juntos media cuadra y llegaron ante la puerta tras donde se escondía su salvación. Tocó el timbre, y se despidió de su padre por última vez. Lo abrazo fuerte, y luego le dijo: -andá , y quedate tranquilo que todo va a estar bien. - Si, lo sé. Cualquier cosa, lo que sea que necesites, avisame, si? Después de todo, soy tu padre, no? Te amo hijo. Cuando pueda, vengo a verte... -
Se dió vuelta, y caminó lento hacia la parada. Llegó a la esquina, y giró para saludar con la mano. Esperó a verlo entrar, y se fué, camino a su perdición.
Jeremías entró a la calidez de lo que sería su nuevo hogar. Lloraba, mientras ella lo abrazaba fuerte. - Cariño, tranquilo. Todo va a estar bien, te lo prometo.-
Lizzie no hizo preguntas. No hacía falta. Sabía lo que acababa de ocurrir. Lo había soñado tantas veces, que no necesitó pensar nada. Desde el momento en que lo conoció había robado su corazón, y sabía que llegado el momento, no dudaría. El era suyo. De la forma más libre en que podía serlo.
Entraron, y lo llevo a la habitación que de ahora en más sería suya. - Mañana la decoramos a tu gusto, si? - Si.
Aún lloraba. Lizzie le preparó una chocolatada caliente, y se sentó a su lado, mientras lo cobijaba.
Jere, a pesar de la tristeza, a pesar de extrañar a su familia tan pronto, sabía que estaba exactamente donde debía estar. Tenía una nueva familia. Una hermana mayor que lo cuidaría siempre.
Si, había cumplido con su promesa. Lo estaba salvando, tal como él lo había pedido. Y ahora tenía un hogar cálido y seguro donde dormir. Un hogar donde crecer libre, sano. Tal vez incluso, feliz.
-Hasta mañana mi pequeño. Que sueñes con los angelitos.-

Esa fue la primera noche en años que Jeremías durmió en paz, con Lizzie a su lado...